lunes, 4 de agosto de 2008
Los subterráneos de San Clemente
domingo, 20 de julio de 2008
San Clemente, una visita obligada
Los frescos de esta capilla son el primer soplo del Renacimiento en Roma. En ellos se observan los primeros intentos de dominar la perspectiva y crear espacios realistas, algo que ya estaba experimentándose en otros lugares de Italia, pero que los romanos no habían tenido ocasión de ver. Así es como me gusta contemplar esta capilla cada vez que paso por San Clemente: como uno de los primeros destellos renacentistas en el panorama romano, un anuncio de la llegada de tiempos mejores para una ciudad muy castigada durante la Edad Media. Roma tendría por fin una nueva oportunidad para volver a brillar con luz propia.
En mi próxima entrada os hablaré de las excavaciones de San Clemente, pues justo debajo de esta basílica existe otra más primitiva, y más abajo aún, restos de edificios de los primeros siglos. Un mundo fascinante que todo el mundo puede visitar hoy con facilidad.
sábado, 5 de julio de 2008
El Coliseo y el fin del mundo
El último espectáculo del que se tiene constancia se celebró en el año 523, en tiempos de bárbaro Teodorico. El viejo edificio se encontraba ya entonces -como tantas construcciones de la antigua capital- muy deteriorado, después de haber sufrido varios terremotos, y el azote de rayos e incendios.
El Imperio Romano había desaparecido hacía casi 50 años, devorado por los bárbaros. La gran urbe, que un día había pasado del millón de habitantes, era una ciudad secundaria y en rápido declive, que se iba despoblando. Objetivo codiciado por los invasores, había sido saqueada una y otra vez. La ciudad se hundía en una época oscura, y todos los esfuerzos de sus habitantes se concentraban en sobrevivir. El colosal anfiteatro se iba quedando aislado, cada vez más lejos de las zonas habitadas.
Siempre he sentido fascinación por el espectáculo de la Roma medieval. La gran urbe, la orgullosa Roma dominadora del mundo, reducida a un gran campo de ruinas deshabitadas. Ninguno de nuestros actuales parques temáticos podrá jamás compararse con este espectáculo: espléndidos edificios desvencijados, enormes escalinatas y plazas porticadas con restos de columnas y estatuas por doquier... testigos de un mundo que se había desvanecido para siempre. Junto al anfiteatro Flavio -la gran estrella de este "parque temático"- se encontraba todavía la estatua colosal de Nerón, de 35 metros de altura.
Es así como pudo contemplarlo en el siglo VIII un famoso monje inglés: Beda el Venerable, el hombre más sabio de su tiempo, actualmente el patrón de los historiadores. Impresionado por la formidable construcción de este edificio formuló su profecía, que se ha hecho famosa:
Mientras permanezca el Coliseo, Roma permanecerá, cuando caiga el Coliseo, caerá Roma, y cuando caiga Roma... caerá también el mundo.
El Coliseo a punto estuvo de caer, pero eso os lo contaré otro día.
sábado, 28 de junio de 2008
Tito y la casualidad
A finales del verano del 79 d.C., cuando acababa de llegar al trono, tuvo lugar la terrible erupción del Vesubio, que arrasó tres ciudades de la Campania: Pompeya, Herculano y Stabiae. Tito se desplazó a la región para atender a los damnificados por el desastre, y en su ausencia, ya en el año 80, un devastador incendio asoló Roma durante tres días y tres noches, arrasando el Campo de Marte y algunos de los templos más importantes de Roma, incluido el de Júpiter en el Capitolio. El historiador Casio Dión relata que la erupción había llegado acompañada de múltiples prodigios, y que el incendio de Roma parecía de origen divino, por lo que no es de extrañar que todos estos sucesos produjeran un enorme temor en el ánimo de los supersticiosos romanos.
Para compensar unos comienzos tan funestos, Tito inauguró ese mismo año, el 80 d.C., el Anfiteatro Flavio, que su padre le había dejado casi terminado, con unos festejos de tal envergadura, que se contaron entre los hechos más remarcables de su breve reinado. Las celebraciones, en las que se dio muerte a más de 5.000 fieras salvajes, se prolongaron durante semanas. Los romanos contemplaron asombrados enfrentamientos entre elefantes, cacerías de bestias salvajes, en las que para su asombro tomaron parte incluso mujeres, y batallas terrestres y navales, pues el emperador hizo inundar el anfiteatro para que pudieran celebrarse en él naumaquias.
Apenas un año después, el 81 d.C., Tito perdía la vida, según algunos por causas naturales, según otros envenenado por Domiciano, su hermano menor y sucesor. Su prematura muerte llenó de tristeza a los romanos, pero la fortuna le permitió pasar a la Historia como el emperador que inauguró el Coliseo, y las catástrofes naturales no consiguieron oscurecer el breve reinado de este fugaz príncipe, al que Suetonio se refirió como “delicia del género humano”.
lunes, 23 de junio de 2008
El Coliseo, lugar de reflexión
jueves, 19 de junio de 2008
Coliseo, denominación equívoca
El Coloso de Nerón está considerada como la mayor estatua de bronce jamás construida por el hombre. Plinio el Viejo la atribuye a Zenodoros, escultor de origen griego y especialista en estatuas de gran tamaño. Le atribuye una altura de 119 pies, lo que equivale a más de 35 metros. Citemos a Plinio:
(Zenodorus)...Romam accitus a Nerone, ubi destinatum illius principis simulacro colossum fecit CXIXS pedum longitudine, qui dicatus Soli venerationi est damnatis sceleribus illius principis. Esto es: “llamado a Roma por Nerón, (Zenodoro) hizo un coloso de ciento dieciséis pies de altura con la imagen de ese príncipe, que fue dedicado al culto del Sol por los reprobados crímenes de aquel”.
Como podemos observar estaba dedicada al Sol, Helios en griego, al igual que su modelo, el famoso Coloso de Rodas, una de las siete maravillas de la Antigüedad. Siguiendo a algún autor, el discípulo superó al maestro, pues la altura del de Rodas era de 32 metros. Ninguno de estos colosos ha llegado hasta nosotros. El Colossus Neronis, con su base, alcanzaría casi la altura del entonces llamado anfiteatro Flavio, lo que nos da una idea de su gigantismo. La cuestión que nos planteamos es si el anfiteatro, por sus colosales dimensiones, dio origen al nombre de “Coliseo” o si fue la estatua de Nerón la que lo originó.
La mayoría, por no decir todos, de los libros sobre este edificio dan por sentado que el nombre de Coliseo procede de la enorme estatua colocada por Nerón en el atrio de la Domus Aurea. Dice un reconocido arqueólogo romano que “el nombre de Coliseo, atribuido al anfiteatro en el siglo VIII por primera vez, deriva no de las proporciones de éste, sino de la cercanía de la estatua colosal”.
Sin embargo, lingüistas de reconocido prestigio creen que fueron las propias dimensiones del anfiteatro las que originaron esta denominación. Citemos también a uno de ellos: “Colosal, en latín colossicus, en griego kolossaios. De éste procede el latín colosseus que se empleó sustantivado para designar el grandioso anfiteatro Flavio de Roma (...). El nombre parece explicarse por las dimensiones colosales del edificio y no, como se ha dicho muchas veces, por la estatua colosal de Nerón que se hallaba cerca del edificio.” Como veis, hay opiniones para todos los gustos.
En la Edad Media se pensaba también que el nombre provenía de la pregunta que se hacía a los cristianos ante la gran estatua del dios Sol: Colis eum? ¿lo adoras?, y a quien respondía que sí los soldados del emperador le dejaban libre. Pero esto, evidentemente, no pasa de ser una simpática etimología popular.
domingo, 15 de junio de 2008
El esplendor del Coliseo
Esta semana voy a dedicarla por entero al Coliseo, uno de los principales referentes turísticos de la ciudad y el icono mismo de Roma. En mi opinión, ningún otro monumento evoca con tanta viveza el esplendor de la antigua Roma. Muchas veces he dado la vuelta al edificio imaginando cómo debería ser todo aquello en un día de juegos de hace 19 siglos, con riadas de personas entrando por las 80 puertas con que contaba el anfiteatro, vestidos con sus togas de fiesta y la túnica de los grandes días.
Todavía se pueden ver los números romanos sobre los arcos de piedra del primer nivel, pues las 80 entradas estaban numeradas, para favorecer un llenado y desalojo del edificio rápido y ordenado. Algunos números están tan bien conservados como si aún debieran indicar al público qué entrada deben tomar. Aquí tenéis la número 53.
En torno a los cipos aflora, como veis, un buen trozo del pavimento original, con grandes losas de travertino, las mismas que pisaron los romanos de hace 1.900 años.
Aquí tenéis un dibujito (extraído de nuestra audioguía) que ayuda a entender la funcionalidad de estos cipos. Siempre que imagino los ríos de gente entrando al edificio los veo pasar por entre estos esforzados y sudorosos servidores del anfiteatro.
Todo hace pensar en un grandioso espectáculo cuando se contempla el Coliseo desde el exterior, a pesar de que los vanos de los arcos superiores los veamos hoy vacíos o bien con feos andamios y tubos de cierre, en lugar de los cientos de estatuas clásicas que los adornaban en la antigüedad. Por si aún fuera poco, algunos intentan añadir al lugar un ligero toque de realismo: