domingo, 20 de julio de 2008

San Clemente, una visita obligada

A 5 minutos del Coliseo, en dirección a Letrán, se encuentra la iglesia de San Clemente. El monumento no está entre los más populares y conocidos de la ciudad y quizás por eso, por lo que tiene de inesperado, la visita a la iglesia de San Clemente es una de las experiencias más bonitas que muchos se llevan de la Ciudad Eterna.
La iglesia acoge al visitante en un sugestivo ambiente medieval, a pesar de los inevitables añadidos barrocos, que le restan algo de su encanto. Sus dos principales puntos de interés son el mosaico del ábside y la capilla de Santa Catalina.
El mosaico (del siglo XII, como el resto de la iglesia) contiene numerosos elementos arcaizantes, más propios del cristianismo primitivo, y es de una gran belleza plástica. En Roma hay numerosas iglesias con mosaicos de época antigua y medieval, algunos de ellos de gran valor histórico -superior sin duda al que estoy comentando-, pero el de San Clemente, con su armonía geométrica, su alegre colorido y su expresivo simbolismo, tiene para mí un atractivo único.
Impresionante es también la capilla de Santa Catalina, completamente recubierta con frescos durante el primer tercio del siglo XV. Estos frescos tuvieron una significación especial en la Roma de aquella época. Los romanos acababan de salir de uno de los siglos más difíciles de su historia, con los papas residiendo en Aviñón, la ciudad reducida a un estado de increíble abandono, y la Iglesia Católica sumida en un cisma que la dividió en dos durante 40 años. Por fin, con el papa Martín V se resuelve el cisma, el papa regresa a Roma, y decide acometer la reconstrucción y embellecimiento de la ciudad trayendo a los mejores artistas del momento. Todo parecía anunciar la llegada de una nueva época de prosperidad.


Los frescos de esta capilla son el primer soplo del Renacimiento en Roma. En ellos se observan los primeros intentos de dominar la perspectiva y crear espacios realistas, algo que ya estaba experimentándose en otros lugares de Italia, pero que los romanos no habían tenido ocasión de ver. Así es como me gusta contemplar esta capilla cada vez que paso por San Clemente: como uno de los primeros destellos renacentistas en el panorama romano, un anuncio de la llegada de tiempos mejores para una ciudad muy castigada durante la Edad Media. Roma tendría por fin una nueva oportunidad para volver a brillar con luz propia.

En mi próxima entrada os hablaré de las excavaciones de San Clemente, pues justo debajo de esta basílica existe otra más primitiva, y más abajo aún, restos de edificios de los primeros siglos. Un mundo fascinante que todo el mundo puede visitar hoy con facilidad.

sábado, 5 de julio de 2008

El Coliseo y el fin del mundo


El Coliseo, inaugurado por Tito en el año 80 de nuestra era, estuvo activo durante más de 4 siglos. En el año 438 fueron suprimidos en todo el Imperio los juegos gladiatorios (munera), pero el Coliseo siguió utilizándose durante mucho tiempo para espectáculos de cacerías (venationes).

El último espectáculo del que se tiene constancia se celebró en el año 523, en tiempos de bárbaro Teodorico. El viejo edificio se encontraba ya entonces -como tantas construcciones de la antigua capital- muy deteriorado, después de haber sufrido varios terremotos, y el azote de rayos e incendios.

El Imperio Romano había desaparecido hacía casi 50 años, devorado por los bárbaros. La gran urbe, que un día había pasado del millón de habitantes, era una ciudad secundaria y en rápido declive, que se iba despoblando. Objetivo codiciado por los invasores, había sido saqueada una y otra vez. La ciudad se hundía en una época oscura, y todos los esfuerzos de sus habitantes se concentraban en sobrevivir. El colosal anfiteatro se iba quedando aislado, cada vez más lejos de las zonas habitadas.

Siempre he sentido fascinación por el espectáculo de la Roma medieval. La gran urbe, la orgullosa Roma dominadora del mundo, reducida a un gran campo de ruinas deshabitadas. Ninguno de nuestros actuales parques temáticos podrá jamás compararse con este espectáculo: espléndidos edificios desvencijados, enormes escalinatas y plazas porticadas con restos de columnas y estatuas por doquier... testigos de un mundo que se había desvanecido para siempre. Junto al anfiteatro Flavio -la gran estrella de este "parque temático"- se encontraba todavía la estatua colosal de Nerón, de 35 metros de altura.

Es así como pudo contemplarlo en el siglo VIII un famoso monje inglés: Beda el Venerable, el hombre más sabio de su tiempo, actualmente el patrón de los historiadores. Impresionado por la formidable construcción de este edificio formuló su profecía, que se ha hecho famosa:

Mientras permanezca el Coliseo, Roma permanecerá, cuando caiga el Coliseo, caerá Roma, y cuando caiga Roma... caerá también el mundo.

El Coliseo a punto estuvo de caer, pero eso os lo contaré otro día.